jueves, 2 de octubre de 2014

Foucault pensamiento y vida - Paul Veyne

 
Foucault
Pensamiento y vida
Paul Veyne
Editorial Paidós


traducción de Maria José Furió Sancho


(Buenos Aires)


“No, Foucault no fue un pensador estructuralista; no, no forma parte de cierto “pensamiento 1968”; tampoco era relativista, historicista, ni adivinaba ideología por doquier. Caso inusual en este siglo, confesó ser un pensador escéptico, que sólo creía en la verdad de los hechos, de los incontables hechos históricos que llenan las páginas de todos y cada uno de sus libros, y nunca creyó en la verdad de las ideas generales. No admitía ninguna trascendencia fundacional. Y, sin embargo, no fue un nihilista, pues constataba la existencia de la libertad humana (palabra  que se puede leer en sus textos) y no pensaba que, aun erigida en doctrina
“desencantada”, la pérdida de todo fundamento metafísico o religioso hubiese desanimado nunca a esta libertad de tener convicciones, esperanzas, a albergar iras, revueltas (él mismo fue un ejemplo de ello; fue un militante a su manera, la propia de un nuevo tipo de intelectual; en política fue un reformador); pero consideraba falso e inútil elucubrar acerca de sus combates y luchas, disertar sobre lo que le indignaba; en definitiva: generalizar. “No utiliceis el pensamiento para atribuirle a una práctica política un valor de verdad”, escribió.
No fue el enemigo del hombre y del sujeto humano, como se ha creído: sencillamente consideraba que ese sujeto no podía hacer descender del cielo una verdad absoluta ni actuar soberanamente en el cielo de las verdades; que él no podía hacer más que reaccionar contra las verdades y las realidades de su época o aportar innovaciones sobre ellas. Como Montaigne, y en las antípodas de Heidegger, estimaba que “nosotros no tenemos ninguna comunicación con el Ser”. No obstante, su escepticismo nunca le llevó a exclamar: “¡Ay, es todo dudoso!. Es más apropiado afirmar que este supuesto “sesentayochista” fue un empirista y un filósofo del conocimiento, en oposición a una ambiciosa Razón. Llegó sin alardes a un concepto general de la condición humana, de su libertad que reacciona y de su finitud. El foucaultismo es, en realidad, una antropología empírica que tiene su coherencia y cuya originalidad, reside en estar fundada en la crítica histórica….”.


Todo es singular en la historia universal: el “discurso”


“Cuando apareció la Historia de la locura, algunos historiadores franceses, de los mejor predispuestos (entre ellos, el autor de estas líneas) no advirtieron de entrada la trascendencia del libro. Foucault solamente mostraba - creí o - que el concepto que nos hemos formado de la locura ha variado mucho a través de los siglos. No nos decía nada nuevo; en definitiva, ya lo sabíamos: las realidades humanas revelan una contingencia radical (es la ya conocida “arbitrariedad cultural”) o cuando menos son diversas y variables. No hay ni constantes históricas, ni esencias, ni objetos naturales. Nuestros antepasados tenían ideas muy extrañas acerca de la locura, la sexualidad, el castigo o el poder. Pero era como si admitiésemos calladamente que esos tiempos del error habían quedado atrás que nosotros lo hacíamos mejor que nuestros abuelos y que conocíamos la verdad alrededor de la cual ellos habían estado dando vueltas. “Este texto griego habla del amor según la concepción que se tenía de él en la época”, decíamos, pero ¿valía nuestra idea del amor más que la suya? No nos atreveríamos a asegurarlo, si hoy se nos plantease esta pregunta ociosa  e inactual; pero ¿pensamos en ello seriamente, intelectualmente? Foucault se detuvo a pensar seriamente en la cuestión.
Yo no entendí que Foucault estaba participando sin decirlo en un gran debate del pensamiento moderno: ¿la verdad es o no adecuación a su objeto, se parece o no a lo que enuncia, tal y como el sentido común supone? A decir verdad, cuesta ver por dónde acertaríamos a saber si es parecida, puesto que no tenemos otra fuente de información que nos permita confirmarlo, pero pasemos. Para Foucault, al igual que para Nietzche, William James, Austin, Wittgenstein, Ian Hacking y muchos otros, cada uno con sus puntos de vista, el conocimiento no puede ser el espejo fiel de la realidad; al igual que Richard Rorty, Foucault no cree en ese espejo, en esa idea “especular” del saber; según él, el objeto en su materialidad no puede separarse de los marcos formales a través de los cuales los conocemos y que Foucault, con una palabra mal elegida, llamó “discurso”. Todo está ahí…”.


“...No cabe duda de que los libros de historia y de física, que no hablan de ideas generales, están llenos de verdades. Pero no por ello deja de ser cierto que el hombre, el sujeto del que hablan los filósofos, no es un sujeto soberano. No domina el tiempo ni lo verdadero. “Cada uno de nosotros sólo puede pensar como se piensa en su tiempo”, escribió un condiscípulo de Foucault en la Escuela Normal y en la Facultad de Filosofía, Jean d´Ormesson, que en este punto  está de acuerdo con nuestro autor: “Aristóteles, san Agustín e incluso Bossuet
no son capaces de elevarse hasta condenar la esclavitud; siglos más tarde, condenarla no parece una evidencia. Parafraseando a Marx, la humanidad se plantea problemas en el momento en que los resuelve, pues cuando se derrumba la esclavitud y todo el dispositivo legal y mental que la sostenía, se derrumba a su vez su “verdad”...”.


“...Explicitar un discurso, una práctica discursiva, consistirá en interpretar lo que la gente hacía o decía, comprender lo que suponen sus gestos, palabras, instituciones, cosa que hacemos a cada minuto: nosotros nos comprendemos entre nosotros. El instrumento de Foucault será por lo tanto una práctica cotidiana, la hermenéutica, la elucidación del sentido;
esta práctica cotidiana escapa al escepticismo bajo cuya copa caen las ideas generales. Su hermenéutica, que comprende el sentido de los actos y de las palabras de otros, sigue de cerca este sentido, lejos de encontrar el eterno Eros en el amor antiguo o de contaminar este Eros con el psicoanálisis o con una antropología filosófica. Comprender lo que dice y hace el prójimo es un oficio de actor que “se mete en la piel” de su personaje para comprenderlo; si este actor es un historiador, deberá además convertirse en autor teatral para componer el texto de su papel y encontrar palabras (conceptos) para decirlo…”.


Paul Veyne (Aix-en-Provence,1930) es un arqueólogo e historiador francés, especialista en Roma Antigua. Fue alumno de la Escuela Normal Superior, miembro de la Escuela Francesa de Roma (1955-1957) y es profesor honorario en el Colegio de Francia.
Desde 1957 ejerció como profesor en la Universidad de Provence. Fue en estos años que publicó su Cómo se escribe la historia, un ensayo sobre epistemología de la historia. En dicho ensayo, y frente al auge de la historia cuantitativa, Veyne impulsó la idea de que la historia sería un “relato verídico”, convirtiéndose en uno de los primeros narrativistas. Su monografía El pan y el circo demostró que el concepto de Veyne sobre historia narrativa difería de su uso común y que sus diferencais con la escuela de los Annales eran más pequeñas de lo que parecían.
Fue galardonado con el Premio Chateaubriand de Historia y con el Premio del senado francés. Es autor de Sexo y poder en Roma y El sueño de Constantino, también publicados por Paidós.

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