jueves, 20 de agosto de 2009

Las pasiones intelectuales - Elizabeth Badinter



Las pasiones intelectuales
Elizabeth Badinter
Exigencia de dignidad
Fondo de Cultura Económica

(Buenos Aires)

Elizabeth Badinter (Boulogne-Billancourt, Francia, 1944) es catedrática de Filosofía en la Escuela Politécnica de París. Bajo la influencia de Simone de Beauvoir se ha destacado como una de las principales estudiosas del movimiento feminista y ha reflexionado sobre el lugar de la mujer en la sociedad.
Badinter es además filósofa socialdemócrata, escritora y autora de un número considerable de ensayos que expresan tanto una gran cultura humanista como sólidas y controvertidas convicciones personales. Es también una intelectual comprometida que, en el campo de la política, defiende una concepción exigente de la democracia, la libertad y la justicia social.

En este segundo volumen de su obra “Las pasiones intelectuales” -donde se ocupa del pensamiento del siglo XVIII- titulado Exigencia de dignidad, y que abarca desde 1751 a 1762, aparece el intelectual luchando contra la censura que ejercen la Iglesia y el Estado monárquico y a favor de una independencia de espíritu respecto del yugo del pensamiento dominante.

Libertad, verdad y pobreza serían las condiciones o las palabras que la gente de letras debería tener siempre presente:
“…Libertad, verdad, pobreza – declara D´Alembert – son las tres palabras que la gente de letras debería tener presente. “ Ese austero tríptico es la expresión de un nuevo orgullo del intelectual, nuevo orgullo que también podría denominarse exigencia de dignidad. ¿De qué sirven la gloria, los títulos o la riqueza, si se pagan con el compromiso y la dependencia?..”.




“En el verano de 1751, D´Alembert goza de esa gloria tan ardientemente deseada. Codirector de la Enciclopedia y científico admirado por toda la Europa pensante, encarna la generación de intelectuales nacidos después de la muerte de Luis XIV, generación que preconiza otros valores y que aspira a un nuevo estatuto. En el pasado, Versalles era el centro del mundo de las letras. El “Rey – Sol” dispensaba reputación y pensiones según su voluntad arbitraria, a cambio de obediencia a sus reglas y alabanzas a su persona. Había inaugurado un sutil sistema de dependencia que muy pronto sería imitado por la alta nobleza y que gran parte de los hombres de letras aprobaba en mayor o menor medida.Aun cuando Luis XV no atribuye la misma importancia al mundo literario que su bisabuelo, y aun cuando París poco a poco fue tomando el lugar de Versalles, el escritor, que a menudo era pobre, sueña todavía con un mecenas que lo invite a su mesa y le ofrezca una renta y protección a cambio de dedicatorias en su honor. Ese sistema se integró a las costumbres cuando la generación de los enciclopedistas irrumpe en la escena pública.
Rosseau, Diderot, D´Alembert y los demás no son ricos, pero ignoran a la corte, sus beneficios y sus obligaciones. Pretenden escribir tan libremente como la censura lo permita, que vela por el escrupuloso respeto de los grandes poderes: la Iglesia y el Estado monárquico. Pero ¿cómo desempeñar el oficio de filósofo cuando se está expuesto a una continua vigilancia? ¿Cómo tomarse libertades con los dogmas religiosos y políticos cuando se corre el riesgo de ser encarcelados en la Bastilla? El éxito de la Enciclopedia, a partir de 1751, se debe en gran medida al hecho de que sus colaboradores se permitten cierta independencia de espíritu con respecto al yugo del pensamiento dominante. Libertad de corta duración, como lo mostrará el retorno de los bastones en 1752 y 1759.
Las dos crisis que atraviesa la Enciclopedia generan en D´Alembert una profunda rebelión, seguida de una toma de conciencia. No alcanza con guardar las distancias con respecto a los poderosos para evitar una dependencia humillante; es preciso además rehusarse a someter el pensamiento propio a cualquier clase de imposición. “Libertad, verdad, pobreza – declara D´Alembert – son las tres palabras que la gente de letras debería tener presente. “ Ese austero tríptico es la expresión de un nuevo orgullo del intelectual, nuevo orgullo que también podría denominarse exigencia de dignidad. ¿De qué sirven la gloria, los títulos o la riqueza, si se pagan con el compromiso y la dependencia?..”.



”…Para los enciclopedistas la dignidad intelectual se confunde con la independencia de espíritu; sus adversarios les oponen el punto de vista moral y subrayan las contradicciones entre el hombre privado y el intelectual, trazando un retrato deplorable del filósofo.
La lucha de Voltaire por la verdad y la justicia en el caso Calas restablece la credibilidad del filósofo y le otorga un prestigio y un esplendor nunca alcanzados hasta ese momento. En tal sentido, afirma Élisabeth Badinter: "El combate de uno solo beneficia a todos y otorga un contenido moral excepcional a un accionar filosófico que no excluye la ambición personal…".



“…En 1751 la vida intelectual francesa se reparte – de manera muy desigual – entre París y Berlín. Desde su llegada al trono en 1740, Federico II multiplicó las atractivas propuestas para científicos y hombres de letras franceses. Contrariamente a Luis XV, el rey de Prusia conoce los beneficios que un monarca puede obtener de un areópago de intelectuales satisfechos y, por ende, complacientes. Ateo, anticlericalista visceral, él mismo hombre de letras, encantador cuando se lo propone, Federico tiene armas para seducir a muchos de los que no están conformes con la suerte que corren en París, a quienes van en busca de dinero, de honores o de libertad. Aun cuando hasta ese momento sólo haya recibido a ignotos personajes de segunda línea de la escena francesa, en ese verano de 1751 puede jactarse de haber reclutado a dos de nuestras más prestigiosas glorias: al erudito Maupertuis y al universal Voltaire. Al primero, lo nombra presidente de su Academia y le asigna la misión de hacerla renacer de sus cenizas. Al segundo, lo convierte en “su maestro en elocuencia y en saber” – Voltaire prefiere decir “su gramático” – y espera que lo divierta. Desea que estas dos celebridades sean polos de atracción que permitan transformar a Esparta en Atenas, y que ensalcen a su anfitrión. ..”





El éxito de los filósofos

“…Un éxito literario importante se mide en función del entusiasmo de la crítica y de la cantidad de lectores. Voltaire figura entre quienes han experimentado esa perfecta embriaguez. Por el contrario, una obra que revoluciona las ideas y las jerarquías establecidas no puede suscitar sino reacciones heteróclitas. Su éxito se mide en función del vigor de la polémica, que sólo puede existir si la adhesión comparte ese vigor con la oposición, y el amor, con el odio. Diderot y D´Alembert no eran tan ingenuos como para ignorarlo, sobre todo después del ataque del padre Berthier, motivado por el prospecto de la Enciclopedia durante el último invierno. Pese a todo, a principios del verano, sólo se hablaba de la repercusión del Discurso preliminar de D´Alembert. Muy pronto, se descubrirán los artículos de Dumarsais sobre la gramática, y otros, referidos a las artes y los oficios, todos ellos firmados por Diderot, sin olvidar los artículos científicos particularmente cuidados.
Los envidiosos no tardaron en manifestarse. Algunas cuartetas burlonas cirulan por París desde fines de julio. M. de Bonneval, que suele irritarse contra todos los libros exitosos, acaba de lanzar el sugiente epigrama:

He aquí la Enciclopedia:
¡Qué dicha para los ignorantes!
¡Cuántos falsos sabios engendrará!
Esta docta rapsodia…

A principios de agosto, el Journal de D´Hémery se hace eco de un segundo epigrama en contra de los suscriptores de la Enciclopedia:

Yo soy un buen enciclopedista,
Conozco el bien y el mal,
Sigo los pasos de Diderot;
Sé de todo y no creo en nada.

Contrariamente a lo que escribe Raynal, todavía no se puede hablar de “violentas oposiciones”. Nada en ello excede las habituales reacciones del bajo mundo literario..”


Los filósofos, dice Badinter cayeron en la trampa de la polisemia del lenguaje. Singular o plural, profesional o personal, el término “dignidad” abarca tanto la esfera social como la moral. Lo mismo ocurre con el término “filósofo”, que según las épocas designa ya al sabio, ya al hombre de ciencia. Los enciclopedistas privilegiaron al segundo antes que al primero, a la verdad antes que a la virtud. Mientras que para ellos la dignidad intelectual se confunde con la independencia de espíritu, sus enemigos no cesarán de oponerles el punto de vista moral ni de subrayar las contradicciones entre el hombre privado y el intelectual, hasta el punto de esbozar un deplorable retrato, poco conforme a la imagen del filósofo.
El inesperado acontecimieno del caso Calas permitirá la reconciliación pública del sabio y el hombre de ciencia. Luchando como nadie por la verdad y la justicia, Voltaire otorga al personaje del filósofo un brillo y un prestigio raramente alcanzados hasta entonces. El combate de uno solo beneficia a todos y otorga un contenido moral excepcional a un accionar filosófico que no excluye la ambición personal.


La autora recorre en este libro la historia para encontrar a los intelectuales más destacados de una época influyente para el pensamiento. La “exigencia de dignidad” no está afuera del debate actual.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

comente esta nota